miércoles, 18 de mayo de 2022

Cuento: UN ELEFANTE OCUPA MUCHO ESPACIO Autora: Elsa Bornemann


Que un elefante ocupa mucho espacio lo sabemos todos. Pero que Víctor, un elefante de circo, se decidió una vez a pensar "en elefante", esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo... ah... eso algunos no lo saben, y por eso se los cuento. Verano. Los domadores dormían en sus carromatos, alineados a un costado de la gran carpa. Los animales velaban desconcertados. No era para menos: cinco minutos antes el loro había volado de jaula en jaula comunicándoles la inquietante noticia.

El elefante había declarado huelga general y proponía que ninguno actuara en la función del día siguiente.

—¿Te has vuelto loco, Víctor? —le preguntó el león, asomando el hocico por entre los barrotes de su jaula—. ¿Cómo te atreves a ordenar algo semejante sin haberme consultado? ¡El rey de los animales soy yo!

La risita del elefante se desparramó como papel picado en la oscuridad de la noche:

—Ja. El rey de los animales es el hombre, compañero. Y sobre todo aquí, tan lejos de nuestras selvas...

—¿De qué te quejas, Víctor? —interrumpió un osito, gritando desde su encierro—. ¿No son acaso los hombres los que nos dan techo y comida?

—Tú has nacido bajo la lona del circo... —le contestó Víctor dulcemente. La esposa del criador te crió con mamadera... Solamente conoces el país de los hombres y no puedes entender, aún, la alegría de la libertad...

—¿Se puede saber para qué hacemos huelga? —gruñó la foca, coleteando nerviosa de aquí para allá.

—¡Al fin una buena pregunta! —exclamó Víctor, entusiasmado, y ahí nomás les explicó a sus compañeros que ellos eran presos... que trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero... que eran obligados a ejecutar ridículas pruebas para divertir a la gente... que se los forzaba a imitar a los hombres... que no debían soportar más humillaciones y que patatín y que patatán. (Y que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres que los animales querían volver a ser libres... Y que patatán fue la orden de huelga general...).

—Bah... Pamplinas... —se burló el león—. ¿Cómo piensas comunicarte con los hombres? ¿Acaso alguno de nosotros habla su idioma?

—Sí —aseguró Víctor. El loro será nuestro intérprete —y enroscando la trompa en los barrotes de su jaula, los dobló sin dificultad y salió afuera. En seguida, abrió una tras otra las jaulas de sus compañeros.

Al rato, todos retozaban en los carromatos. ¡Hasta el león!


Los primeros rayos de sol picaban como abejas zumbadoras sobre las pieles de los animales cuando el dueño del circo se desperezó ante la ventana de su casa rodante. El calor parecía cortar el aire en infinidad de líneas anaranjadas... (los animales nunca supieron si fue por eso que el dueño del circo pidió socorro y después se desmayó, apenas pisó el césped...).

De inmediato, los domadores aparecieron en su auxilio:

—Los animales están sueltos! —gritaron a coro, antes de correr en busca de sus látigos.

—¡Pues ahora los usarán para espantarnos las moscas! —les comunicó el loro no bien los domadores los rodearon, dispuestos a encerrarlos nuevamente.

—¡Ya no vamos a trabajar en el circo! ¡Huelga general, decretada por nuestro delegado, el elefante!

—¿Qué disparate es este? ¡A las jaulas! —y los látigos silbadores ondularon amenazadoramente.

—¡Ustedes a las jaulas! —gruñeron los orangutanes. Y allí mismo se lanzaron sobre ellos y los encerraron. Pataleando furioso, el dueño del circo fue el que más resistencia opuso. Por fin, también él miraba correr el tiempo detrás de los barrotes.

La gente que esa tarde se aglomeró delante de las boleterías, las encontró cerradas por grandes carteles que anunciaban:

CIRCO TOMADO POR LOS TRABAJADORES.
HUELGA GENERAL DE ANIMALES.

Entretanto, Víctor y sus compañeros trataban de adiestrar a los hombres:

—¡Caminen en cuatro patas y luego salten a través de estos aros de fuego!

—¡Mantengan el equilibrio apoyados sobre sus cabezas!

—¡No usen las manos para comer!

—¡Rebuznen! ¡Maúllen! ¡Ladren! ¡Rujan!

—¡BASTA, POR FAVOR, BASTA! —gimió el dueño del circo al concluir su vuelta número doscientos alrededor de la carpa, caminando sobre las manos—. ¡Nos damos por vencidos! ¿Qué quieren?

El loro carraspeó, tosió, tomó unos sorbitos de agua y pronunció entonces el discurso que le había enseñado el elefante:

—...Con que esto no, y eso tampoco, y aquello nunca más, y no es justo, y que patatín y que patatán... porque... o nos envían de regreso a nuestras selvas... o inauguramos el primer circo de hombres animalizados, para diversión de todos los gatos y perros del vecindario. He dicho.

Las cámaras de televisión transmitieron un espectáculo insólito aquel fin de semana: en el aeropuerto, cada uno portando su correspondiente pasaje en los dientes (o sujeto en el pico en el caso del loro), todos los animales se ubicaron en orden frente a la puerta de embarque con destino al África.

Claro que el dueño del circo tuvo que contratar dos aviones: En uno viajaron los tigres, el león, los orangutanes, la foca, el osito y el loro. El otro fue totalmente utilizado por Víctor... porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho, espacio.

Cuento: Mitos Griegos "La Tierra ya está hecha" Adaptación: Cristina Gudiño Kieffer

 Todo negro, todo sucio, todo mezclado y todo feo.

Así era el reino del Caos.

En aquel mundo, el Cielo y la Tierra estaban bien revueltos y mezcladitos.

Como no había luz, no se veía nada.

Y tampoco se podía caminar muy bien, porque las montañas se interponían a cada momento.

Y los arroyos jugueteaban caprichosamente por donde se les ocurría.

Mientras todo era así, o sea mientras el Caos reinaba, nadie estaba cómodo. Y menos la Naturaleza, que era el orden en persona.

Ella, que siempre soñaba cosas lindas, no podía ver nada que estuviera en desorden.

Soñaba que el Sol se levantaba y se acostaba temprano, que los peces se quedaban en el agua haciendo burbujas, y que el aire se ponía bien transparente y fresquito.

¡Pero todo era un sueño!

Y por eso, porque el Caos era desordenado y desprolijo y porque la Naturaleza era ordenada y limpia, siempre estaban peleándose.

–¡Un lugar para cada cosa! ¡Y cada cosa en su lugar! –chillaba la Naturaleza.

–¡Déjame tranquilo! ¡Soy desordenado porque me gusta y no me importa nada de nada! –le contestaba el Caos, gritando.

–¡Cabeza dura!

Pero la Naturaleza estaba cansada, realmente cansada.

– ¡Voy a poner orden en este mundo! –gritó–. ¡Y se acabarán para siempre los líos!

Como sabía que el Caos era muy poderoso y muy fuerte, fue a pedir ayuda a los gigantes, que estaban siempre juntos.

No porque se quisieran demasiado, sino porque así era más cómodo.

Como “gigantes” les parecía una palabra muy vulgar, se hacían llamar Titanes. Y así se sentían más importantes.

La Naturaleza golpeó en la puerta y los gigantes corrieron a abrir.

Cuando vieron que era ella se pusieron muy contentos, contentísimos, porque casi todo el mundo les tenía miedo y nadie los visitaba.

–¡Qué suerte que viniste! –gritaron.

Y salieron los tres en busca del Caos, dispuestos a destronarlo.

Cuando llegaron al reino del Caos, el mal olor, la oscuridad y el alboroto los hicieron tambalear.

Empezaron a trabajar, aprovechando que el Caos estaba dormido.

Los tres empezaron a removerlo todo, y no dejaron de estornudar ni un instante de tanto polvo que levantaron y de tantas cosas que iban cambiando de un lugar a otro.

Enchufaron el Sol, que bien instalado dio muchísima luz durante el día.

Colgaron las estrellas y la Luna, para que se diviertan iluminando la noche, que es tan negra.

–¡Queda mucho más lindo que en mis sueños! –suspiraba la Naturaleza, pasando el plumero por el mundo, limpito ya y ordenado.

Terminaron a tiempo. Pues, cuando acababan de encender la última estrellita en lo más alto del Cielo, un enorme bostezo los sobresaltó.

Era el Caos, que se despertaba.

Abrió un ojo y lo cerró, porque no pudo creer lo que veía.

Para convencerse, tuvo que abrir los dos.

¡El espectáculo era tan sorprendente!

En lo alto del Cielo, como un verdadero rey, estaba el Sol.

El mar era azul, y toda el agua de los ríos se volcaba en él.

El aire estaba por todas partes, refrescando las plantas, que crecían lozanas. Los pajaritos cantaban y una nube de mariposas se puso a dar vueltas alrededor de la cabeza del Caos, que abría la boca de puro asombro.

–¿Qué significa esto? –consiguió rugir finalmente.

–¡Significa que las cosas son como deben ser! –dijo la
Naturaleza, tomando la palabra.

–¡El mundo está muy feo! –gritó el Caos–. ¡No hay viento mezclado con lluvia y fuego, ni oscuridad mezclada con luz, ni ruido, ni alboroto por ninguna parte!

–¡Eso es lo feo! –le replicó la Naturaleza–. ¡El mundo está ordenado ahora y eso significa que has sido vencido!

El Caos no tuvo más remedio que aceptar su derrota.
Pidió la jubilación enseguida, pero aún la está tramitando. Y mientras la espera, duerme en el fondo de un volcán apagado.

Sin que ya casi nadie se acuerde de él.

La Naturaleza y los Titanes siguieron perfeccionando su obra.

Mientras aquella se dedicaba a retocar los últimos detalles, a Epimeteo se le ocurrió dar a cada animal una virtud diferente.

Y Prometeo, por su parte, decidió dar una sorpresa a sus amigos y compañeros de trabajo. Una gran sorpresa.

Los animales formaban fila delante de Epimeteo.

Desde el inmenso elefante hasta el pequeño ciempiés, todos estaban allí. Y Epimeteo les daba a cada uno un regalito.

Al tigre la fiereza, que le quedaba muy bien, con su piel a rayas amarillas y negras.

A la araña la paciencia, para tejer aquella tela suya, tan fina y delicada.

Al picaflor la belleza, para que todos lo miraran y pensaran que era como una flor que vuela.

Al ciempiés la constancia, para que se acostumbrara a pasear con todas, todas sus patitas, que eran tantísimas.

Al elefante le otorgó las grandes orejas, para que se abanicara, porque tenía que vivir en regiones calurosas.

Al canguro una bolsita, donde acunar a sus hijitos.

Al perro fidelidad.

Al gato elasticidad.

Al murciélago alitas de paraguas.

Para todos, absolutamente para todos, un regalo particular.

Y cuando se le habían terminado los regalos, llegó Prometeo con la sorpresa.

¡Pero qué sorpresa!

Porque había inventado algo genial: ¡EL HOMBRE!

No se parecía a ningún animal conocido. ¡No tenía cuatro patas, ni piel cubierta de pelos, ni colmillos feroces!

Pero tenía, en cambio, la cabeza alta y dos ojos luminosos para mirar a lo lejos y a lo alto, para mirar al Cielo.

Y una enorme inteligencia, que lo hacía más fuerte que cualquier animal que hubiera en el mundo.

Y todos celebraron el invento y aplaudieron al inventor.

Pero la que más contenta se puso con la sorpresa de Prometeo fue la Naturaleza, porque desde aquel mismo día el Hombre colaboró con ella para que el Caos no volviera a molestar nunca más.


FIN

lunes, 16 de mayo de 2022

En 1812, con el propósito de distinguirse del ejercitó invasor realista, Manuel Belgrano instauró el uso de la escarapela para todas las tropas del ejército revolucionario.

En la actual ciudad de Rosario, el 13 de febrero de 1812, Manuel Belgrano le solicitó al Primer Triunvirato que avalara el uso de una escarapela nacional con los colores blanco y azul celeste. El objetivo era tanto uniformar a todas las tropas de las Provincias Unidades del Río de La Plata como distinguirlas del ejército enemigo, que utilizaba el color rojo. El 18 de febrero del mismo año, el Triunvirato decretó el reconocimiento y uso de la escarapela como insignia patria.

Una semana más tarde, el 27 de febrero de 1812, Manuel Belgrano le informó al triunvirato que

“Siendo preciso enarbolar la bandera, y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca, conforme a los colores de la escarapela nacional” que había creado él mismo días antes.

El Consejo Nacional de Educación estableció el 18 de mayo de 1935 como la fecha para homenajearla.


Desde el Museo Histórico Nacional cuentan que el uso de escarapela se hizo costumbre como distintivo entre los ejércitos de España durante el 1700, y que las formas de las escarapelas variaban en lazos o moños, hasta que se estableció forma actual llamada la roseta o cucarda.

Las escarapelas eran también una forma de distinguir bandos políticos. Por eso, en las jornadas revolucionarias de mayo de 1810, Domingo French y Antonio Luis Beruti repartieron escarapelas. Aunque no blancas y celestes como solemos imaginar.






Ver "EFEMÉRIDES - Día de la escarapela nacional" 







martes, 10 de mayo de 2022

La Semana de Mayo de 1810






Viernes 18

El 14 de mayo de 1810 había llegado a Buenos Aires la fragata inglesa Mistletoe trayendo periódicos que confirmaban los rumores que circulaban intensamente por Buenos Aires: cayó en manos de los franceses de Napoleón, la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español.

El viernes 18 el virrey Cisneros hizo leer por los pregoneros (porque la mayoría de la población no sabía leer ni escribir) una proclama que comenzaba diciendo: «A los leales y generosos pueblos del virreinato de Buenos Aires.» El virrey advertía que «en el desgraciado caso de una total pérdida de la península, y falta del Supremo Gobierno» él asumiría el poder acompañado por otras autoridades de la Capital y todo el virreinato y se pondría de acuerdo con los otros virreyes de América para crear una Regencia Americana en representación de Fernando Cisneros aclaraba que no quería el mando sino la gloria de luchar en defensa del monarca contra toda dominación extraña y, finalmente prevenía al pueblo sobre «los genios inquietantes y malignos que procuran crear divisiones». A medida que los porteños se fueron enterando de la gravedad de la situación, fueron subiendo de tono las charlas políticas en los cafés y en los cuarteles. Todo el mundo hablaba de política y hacía conjeturas sobre el futuro del virreinato.

La situación de Cisneros era muy complicada. La Junta que lo había nombrado virrey había desaparecido y la legitimidad de su mandato quedaba claramente cuestionada. Esto aceleró las condiciones favorables para la acción de los patriotas que se venían reuniendo desde hacía tiempo en forma secreta en la jabonería de Vieytes. La misma noche del 18, los jóvenes revolucionarios se reunieron en la casa de Rodríguez Peña y decidieron exigirle al virrey la convocatoria a un Cabildo Abierto para tratar la situación en que quedaba el virreinato después de los hechos de España. El grupo encarga a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez que se entrevisten con Cisneros.

Sábado 19

Las reuniones continuaron hasta la madrugada del sábado 19 y sin dormir, por la mañana, Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano le pidieron al Alcalde Lezica la convocatoria a un Cabildo Abierto. Por su parte, Juan José Castelli hizo lo propio ante el síndico Leiva.

Domingo 20

El domingo 20 el virrey Cisneros reunió a los jefes militares y les pidió su apoyo ante una posible rebelión, pero todos se rehusaron a brindárselo. Por la noche, Castelli y Martín Rodríguez insistieron ante el virrey con el pedido de cabildo abierto. El virrey dijo que era una insolencia y un atrevimiento y quiso improvisar un discurso pero Rodríguez le advirtió que tenía cinco minutos para decidir. Cisneros le contestó «Ya que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran» y convocó al Cabildo para el día 22 de Mayo. En el «Café de los Catalanes y en «La Fonda de las Naciones», los criollos discutían sobre las mejores estrategias para pasar a la acción

Lunes 21

A las nueve de la mañana se reunió el Cabildo como todos los días para tratar los temas de la ciudad. Pero a los pocos minutos los cabildantes tuvieron que interrumpir sus labores. La Plaza de la Victoria estaba ocupada por unos 600 hombres armados de pistolas y puñales que llevaban en sus sombreros el retrato de Fernando VII y en sus solapas una cinta blanca, símbolo de la unidad criollo-española desde la defensa de Buenos Aires. Este grupo de revolucionarios, encabezados por Domingo French y Antonio Luis Beruti, se agrupaban bajo el nombre de la «Legión Infernal» y pedía a los gritos que se concrete la convocatoria al Cabildo Abierto. Los cabildantes acceden al pedido de la multitud. El síndico Leiva sale al balcón y anuncia formalmente el ansiado Cabildo Abierto para el día siguiente. Pero los «infernales» no se calman, piden a gritos que el virrey sea suspendido. Debe intervenir el Jefe del regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra quien logra calmarlos garantizándoles el apoyo militar a sus reclamos.

Martes 22

Ya desde temprano fueron llegando los «cabildantes». De los 450 invitados sólo concurrieron 251. También estaba presente una «barra» entusiasta. En la plaza, French, Beruti y los infernales esperan las novedades. La cosa se fue calentando hasta que empezaron los discursos, que durarán unas cuatro horas, sobre si el virrey debía seguir en su cargo o no. Comenzó hablando el Obispo Lué diciendo que mientras hubiera un español en América, los americanos le deberían obediencia. Le salió al cruce Juan José Castelli contestándole que habiendo caducado el poder Real, la soberanía debía volver al pueblo que podía formar juntas de gobierno tanto en España como en América. El Fiscal de la Audiencia, Manuel Villota señaló que para poder tomar cualquier determinación había que consultar al resto del virreinato. Villota trataba de ganar tiempo, confiando en que el interior sería favorable a la permanencia del virrey. Juan José Paso le dijo que no había tiempo que perder y que había que formar inmediatamente una junta de gobierno.

Casi todos aprobaban la destitución del virrey pero no se ponían de acuerdo en quien debía asumir el poder y por qué medios. Castelli propuso que fuera el pueblo a través del voto quien  eligiese una junta de gobierno; mientras que el jefe de los Patricios, Cornelio Saavedra, era partidario de que el nuevo gobierno fuera organizado directamente por el Cabildo. El problema radicaba en que los miembros del Cabildo, muchos de ellos españoles, seguían apoyando al virrey.

«Modales»

El debate del 22 fue muy acalorado y despertó las pasiones de ambos bandos. El coronel Francisco Orduña, partidario del virrey, contará horrorizado que mientras hablaba fue tratado de loco por no participar de las ideas revolucionarias «… mientras que a los que no votaban contra el jefe (Cisneros), se les escupía, se les mofaba, se les insultaba y se les chiflaba.»

Miércoles 23 

Por la mañana se reunió el Cabildo para contar los votos emitidos el día anterior y elaboró un documento: «hecha la regulación con el más prolijo examen resulta de ella que el Excmo. Señor Virrey debe cesar en el mando y recae éste provisoriamente en el Excmo. Cabildo (…) hasta la erección de una Junta que ha de formar el mismo Excmo. Cabildo, en la manera que estime conveniente”.

Jueves 24 

Se confirmaron las versiones: el Cabildo designó efectivamente una junta de gobierno presidida por el virrey e integrada por cuatro vocales: los españoles Juan Nepomuceno Solá y José de los Santos Inchaurregui y los criollos Juan José Castelli y Cornelio Saavedra, burlando absolutamente la voluntad popular. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo. Castelli y Saavedra renunciaron a integrar esta junta Muchos como el coronel Manuel Belgrano fueron perdiendo la paciencia. Cuenta Tomás Guido en sus memorias «En estas circunstancias el señor Don Manuel Belgrano, mayor del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba la discusión en la sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por largas vigilias observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie súbitamente y a paso acelerado y con el rostro encendido por el fuego de sangre generosa entró al comedor de la casa del señor Rodríguez Peña y lanzando una mirada en derredor de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada dijo: «Juro a la patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas.»

Por la noche una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la casa de Cisneros con cara de pocos amigos y logró su renuncia. La Junta quedó disuelta y se convocó nuevamente al Cabildo para la mañana siguiente.

Así recuerda Cisneros sus últimas horas en el poder:

«En aquella misma noche, al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se me informó por alguno de los vocales que alguna parte del pueblo no estaba satisfecho con que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi absoluta separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como que en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos, y esto era lo que llamaban pueblo, (..). Yo no consentí que el gobierno de las armas se entregase como se solicitaba al teniente coronel de Milicias Urbanas Don Cornelio de Saavedra, arrebatándose de las manos de un general que en todo tiempo las habría conservado y defendido con honor y quien V.M las había confiado como a su virrey y capitán general de estas provincias, y antes de condescender con semejante pretensión, convine con todos los vocales en renunciar los empleos y que el cabildo proveyese de gobierno.» 

El 25 de mayo de 1810 

Todo parece indicar que el 25 de mayo de 1810 amaneció lluvioso y frío. Pero la «sensación térmica» de la gente era otra . Grupos de vecinos y milicianos encabezados por Domingo French y Antonio Beruti se fueron juntando frente al cabildo a la espera de definiciones. Algunos llevaban en sus pechos cintitas azules y blancas, que eran los colores que los patricios habían usado durante las invasiones inglesas.

Pasaban las horas, hacía frío, llovía y continuaban las discusiones. El cabildo había convocado a los jefes militares y estos le hicieron saber al cuerpo a través de Saavedra que no podían mantener en el poder a la Junta del 24 porque corrían riesgos personales porque sus tropas no les responderían. La mayoría de la gente se fue yendo a sus casas y el síndico del Cabildo salió al balcón y preguntó «¿Dónde está el pueblo?». En esos momentos Antonio Luis Beruti irrumpió en la sala capitular seguido de algunos infernales y dijo «Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces, Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes verlo? Toque la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no! Pronto, señores decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada.» Poco después se anunció finalmente que se había formado una nueva junta de gobierno .El presidente era Cornelio Saavedra; los doctores Mariano Moreno y Juan José Paso, eran sus secretarios; fueron designados seis vocales: Manuel Belgrano, Juan José Castelli, el militar Miguel de Azcuénaga, el sacerdote Manuel Alberti y los comerciantes Juan Larrea y Domingo Matheu. Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia.

La Junta declaró que gobernaba en nombre de Fernando VII. Así lo recuerda Saavedra en sus memorias «Con las más repetidas instancias, solicité al tiempo del recibimiento se me excuse de aquel nuevo empleo, no sólo por falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque habiendo dado tan públicamente la cara en la revolución de aquellos días no quería se creyese había tenido particular interés en adquirir empleos y honores por aquel medio. Por política fue preciso cubrir a la junta con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos.»

Para algunos era sólo una estrategia a la que llamaron la «máscara de Fernando», es decir, decían que gobernaban en nombre de Fernando pero en realidad querían declarar la independencia. Pensaban que todavía no había llegado el momento y no se sentían con la fuerza suficiente para dar ese paso tan importante. La máscara de Fernando se mantendrá hasta el 9 de julio de 1816.

Pero los españoles no se creyeron lo de la máscara o el manto de Fernando y se resistieron a aceptar la nueva situación.

En Buenos Aires, el ex virrey Cisneros y los miembros de la Audiencia trataron de huir a Montevideo y unirse a Elío (que no acataba la autoridad de Buenos Aires y logrará ser nombrado virrey), pero fueron arrestados y enviados a España en un buque inglés.



Ver  "Día de la Patria y la Revolución de Mayo: 25 de mayo de 1810 - Canal Encuentro" 





Ver "La Revolución de Mayo" - Canal Encuentro




Ver "Zamba en la Revolución de Mayo"  (Todos los capítulos).





lunes, 9 de mayo de 2022

Vicente López y Planes y el Himno Nacional

En la sesión del 6 de marzo de 1813, la Asamblea encargó la composición de un himno o canción patriótica. Casi dos meses más tarde, el 11 de mayo, fue presentado y aprobado por unanimidad. Se lo declaró “la única marcha nacional” que debía cantarse en todos los actos públicos. Así, las Provincias Unidas comenzaban a crear sus símbolos. El creador de dicho canto patriótico fue el diputado Vicente López y Planes.

Nacido en Buenos Aires el 3 o el 4 de mayo de 1784, -según las actas de bautismo poco precisas encontradas por el historiador Ricardo Piccirilli- 1 hijo de padre español y madre porteña, Vicente López y Planes fue uno de los hombres clave de Mayo de 1810. Estudiante del Colegio Carolino (luego San Carlos, más tarde Nacional Buenos Aires), cursó los estudios universitarios en Chuquisaca. Tras doctorarse en Derecho, se alistó en Buenos Aires como oficial del Regimiento de Patricios, destacándose en la defensa contra las tropas inglesas, hecho que le valió el ascenso a capitán. Participante de las jornadas de mayo, luego alto secretario en la expedición militar al Norte, le llegó el primer nombramiento importante al ser designado como Secretario de Hacienda del Primer Triunvirato.

Le tocó más tarde asistir como diputado a las sesiones de la Asamblea de 1813, cuando tuvo la oportunidad de crear lo que hoy se conoce como Himno Nacional, lo que no le evitó estar involucrado en las ríspidas internas de aquellos días. Desde entonces, estuvo siempre en la primera plana de la política local: secretario de Pueyrredón, presidente interino tras la renuncia de Rivadavia en 1827, ministro del gobernador Dorrego en Buenos Aires y presidente del Tribunal de Justicia durante el período de Rosas, se lo conocía como hombre del federalismo, hasta que debió dar votos de confianza hacia el gobernador bonaerense, lo que no le impidió, sin embargo, buscar refugio en el vencedor de Caseros, Justo José de Urquiza.

El general entrerriano le entregó el gobierno bonaerense, en el que estuvo provisoriamente durante cuatro meses, ya visible en su giro político. Luego participó del Acuerdo de San Nicolás, que dio origen a la Constitución Nacional y principio de reorganización de las Provincias Unidas. Falleció pocos años después, en 1856, cuando tenía 72 años. Además del Himno Nacional, Vicente López y Planes fue autor de “El triunfo argentino”, que recuerda la victoria contra los ingleses. Éstas y otras composiciones fueron compiladas en una colección de poesías en 1824.

Reproducimos en esta oportunidad un texto sobre los pormenores de la composición de la letra de nuestro Himno Nacional, la incertidumbre del momento de su creación, la obra de teatro que le habría servido al autor de inspiración, y las similitudes entre nuestra canción patria y la Marsellesa, el himno nacional de Francia, que escribió Rouget de Lisle hacia fines del Siglo XVIII.

 “La nueva  y gloriosa Nación fue proclamada antes por la poesía que por los políticos o los diplomáticos”, decía con acierto el autor de esta nota, aludiendo a que la nación que se iba forjando contaba con un himno nacional más de tres años antes de la declaración de independencia.

Fuente: Carlos Vega, El himno nacional argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1962, págs. 43-48.

En 1813 la Asamblea le pidió a don Vicente López y Planes las estrofas para un himno nacional. No debemos abrigar la menor duda de que la misma corporación solicitó igual concurso a fray Cayetano Rodríguez. Lo dice Vicente Fidel López, el hijo, el historiador; y lo dice porque se lo oyó al padre muchas veces. El pedido a López se le hizo el 6 de marzo, según la declaración oficial; y a partir de este momento puede seguirse la legítima narración que Lucio V. López, el nieto, escribe a base de la autobiografía del abuelo.

Desde el alba de la Revolución los poetas frecuentaron metros inánimes, como la silva o el hexasílabo sin cuerpo o el moderado endecasílabo. López intentó las fórmulas acentuales pálidas de las medidas cortas y esos moldes quisieron imponerle mansedumbre. Él mismo no sabía si sus pensamientos, aún confusos, sin duda avanzados, serían compartidos por sus conciudadanos. Corrían horas de gran incertidumbre: grados diversos de adhesión al rey; matices de fe en España; ideas varias sobre la emancipación total… Era necesario decir palabras exactas, aclarar y estimular conceptos indefinidos, orientar las pasiones, afirmar los rumbos invertebrados, coordinar las emociones ciudadanas, prever el destino de un pueblo. El poeta estaba doblemente contenido y desanimado, y un momento climático adverso acentuaba su laxitud. Así llegó el día 8 de mayo, en que decidió asistir a una representación teatral. Se daba esa noche un drama francés sin duda escrito por entonces para exaltar en Francia sentimientos propicios, y es muy posible que la obra haya sido la que nombra el nieto del poeta, Antonio y Cleopatra. Porque también  en el mundo romano de aquellos tiempos se hablaba de la tiranía de los procónsules, de Cicerón y del partido de la libertad, del Primer Triunvirato o del advenimiento del Segundo Triunvirato, del Partido Republicano… Antonio y Cleopatra se dieron muerte cuando sus dominios perdieron la libertad. Es verosímil que el espectáculo se haya iniciado con La Marsellesa; ya diremos por qué. El drama se prestaba para incisivas alusiones a la realidad política argentina. Y aquellos lejanos hechos históricos y estas resonancias locales se desprenden con claridad de las palabras del nieto: “Todos los pasajes patrióticos del drama eran de oportunidad y se aplaudían aplicados a las cosas y a los sucesos”. Sí; a los intensos días que estaba viviendo Buenos Aires. Pero el poeta había oído el apasionado pronunciamiento del pueblo en el teatro y su posición estaba definida; además, había escuchado fogosos pasajes marciales y resonaban en su alma los metros heroicos aclamados por los espectadores. El párrafo de Lucio V. López es insustituible: … “salió del teatro con el cerebro ardiente, el corazón palpitante, el pecho henchido de inspiración. Puede decirse que el himno había nacido en aquel momento”. Lo que sigue es cosa de vértigo. Se le agolpan los versos al poeta; aprieta el paso, llega a la casa y se vuelca en las cuartillas como quien suelta brasas. No duerme. Por la mañana corre al encuentro de sus amigos; lloran sobre los versos en que amanece la Nación; los recitan en las tertulias encumbradas y los aplauden los gobernantes, la sociedad culta, los allegados. Es probable que Parera mismo haya oído entonces el nuevo himno, como dicen las tradiciones, y que lo hayan instado a ponerle música.

En el teatro, o fuera del teatro, es evidente para mí que don Vicente López oyó entonces La Marsellesa; y creo que nunca se han notado las concordancias de la canción francesa con el himno argentino, tanto en los versos como en la música*.  También Rouget de Lisle canta a la libertad:

Liberté, Liberté cherie

Y el verso del estandarte es casi una traducción literal:

L’etandard sanglant est levé (Marsellesa)
Su estandarte sangriento levantan (Himno)

El estandarte sangriento que se levanta allá es el de “la tyranie”, y quienes lo levantan aquí son “fieros tiranos”, que provocan “a la lid más cruel”. ¿No oís bramar a esos feroces soldados? –pregunta el francés. “En nuestros brazos quieren degollar a nuestros hijos, a nuestras esposas”:

Entendez vous, dans les campagnes,
Mugir ces féroces soldats ?
Ils viennent jusqu’a dans nos bras
Egorger nos fils, nos compagnes.

Y el himno:

¿No los veis sobre México y Quito
Arrojarse con saña tenaz? (etc.)
¿No los veis devorando cual fieras
Todo pueblo que logran rendir?

El tema del “vil invasor”, que abarca la mitad del himno, es consecuencia literaria y adecuación retroactiva de los “vils despotes” austríacos a que se refiere La Marsellesa, pues vienen los invasores a hollar “tantas glorias” –que no se habían producido cuando invadieron- meses después de su derrota total. La adaptación es visible.

“Esos tigres sedientos de sangre” del himno son “todos esos tigres que, sin piedad”…

Tous ces tigres qui, sans pitié,
Déchirent le sein de leur mére…

Y la reacción del francés se enuncia en el estribillo: A las armas, marchemos. (Como en Jovellanos, en quien influyó La Marsellesa: “A las armas, valientes astures”):

Aux armes citoyens!
Marchons!

El valiente argentino a las armas
Corre ardiendo con brío y valor

dice López y Planes, que también sigue la estructura de Rouget de Lisle: una estrofa de ocho versos con un estribillo de cuatro. Sobre esta base, con las conocidas reminiscencias de Jovellanos –que le dio el metro- y con todo lo de su pueblo y suyo propio, nuestro poeta creó el formidable poema argentino en la noche del 8 al 9 de mayo de 1813.

Así, en la plena euforia del hallazgo, pasan los días 9 y 10. El 11 don Vicente López y Planes presenta su himno a la Asamblea General Constituyente. Los aplausos de los miembros y las voces de la barra interrumpen la lectura y estallan al final. Sin duda alguna –pues lo escribe el hijo del poeta- fray Cayetano Rodríguez “declaró que no tenía pronto ni presentaría el suyo, porque su opinión era que debía sancionarse por aclamación el que acababa de leerse”. La Asamblea aprobó el himno nacional argentino, y la barra salió a la calle declamando:

Oíd mortales el grito sagrado
Libertad, Libertad, Libertad.

La nueva  y gloriosa Nación fue proclamada antes por la poesía que por los políticos o los diplomáticos.

Cargos de gran responsabilidad y honor desempeñó don Vicente López y Planes. Fue secretario de gobierno del general Pueyrredón, director supremo en 1816; diputado por Buenos Aires al Congreso Nacional en 1817 y en 1825; presidente interino de la República en 1827 por decisión del Congreso; ministro de Manuel Dorrego en 1828. Durante la dictadura fue presidente del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia y disfrutó entonces, en la pausada pobreza que compartió con Lucía Riera, su esposa, los secretos beneficios de su sobresaliente cultura literaria y científica. Poseía el inglés, el francés, el alemán y el italiano, y era tal el prestigio de su nombre que todas las tendencias de todos los tiempos supieron respetar su jerarquía intachable. También fue ministro de Relaciones Exteriores algún tiempo, hacia el final de la época de Rosas, y en 1852, después de la dictadura, fue gobernador interino de Buenos Aires. Era el patriarca de las encrucijadas. Murió a los 72 años, el 10 de octubre de 1856, en la alcoba donde nació. Su espíritu, tenso en el himno, florece en todos los labios. Otro alguno llegó a tanto. Y es porque don Vicente López y Planes fue el poeta, nada más; y ni siquiera hace falta añadir que fue el poeta de la libertad.

*En cuanto al poema, Ángel J. Battistessa me informa que ha llegado a la misma conclusión, y que se refiere al tema en un ensayo que tiene en prensa.

Referencias:
1 El historiador halló en la Iglesia de la Merced el acta de bautismo, labrada el 9 de mayo de 1784. En ella, López y Planes figura como ‘nacido de cinco a seis días’. Sin embargo, algunos autores sostienen que nació un año más tarde, en mayo de 1785.


Ver: "El nacimiento del Himno Nacional - Canal Encuentro" en YouTube





miércoles, 4 de mayo de 2022

Cuento: LA PRINCESA Y EL GUISANTE Autora: Liliana Bodoc

Pedro es amigo de Juan. Juan es amigo de Melina. Melina es amiga de la luna

A lo mejor por eso, cuando la luna empieza a perder su redondez, los ojos alargados de Melina hierven de lágrimas, su tazón de leche se pone viejo en un rincón, y no hay caricias que la alegren.

Días después, cuando la luna desaparece por completo, Melina sube a los techos y allí se queda, esperando que la luna regrese al cielo como aparecen los barcos en el horizonte.

Melina es la gata de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es el dueño de la luna.

La luna de Pedro no es tan grande ni tan redonda, tiene color de agua con azúcar y sonríe sin boca. Y es así porque Pedro la pintó a su gusto en un enorme cuadro nocturno, mitad mar, mitad cielo.

Pedro, el pintor de cuadros, pasa noches enteras en su balcón. Y desde allí puede ver la tristeza de Melina cuando no hay luna. Gata manchada de negro que anda sola por los techos.

¿Les dije que Melina es la gata de Juan…? ¿Les dije que Juan se pone triste con la tristeza de Melina?

Juan se pone muy triste cuando Melina se pierde en el extraño mundo de los techos, esperando el regreso de la luna. Y siempre está buscando la manera de ayudar a su amiga. Por eso, apenas vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan tuvo una idea. Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda, color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina de que un pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado al departamento de enfrente.

Juan cruzó la calle, subió siete pisos en ascensor y llamó a la puerta de su amigo. Pedro salió a recibirlo con una mano verde y otra amarilla.

Juan y Pedro hablaron durante largo rato y, al fin, se pusieron de acuerdo... Iban a colgar el enorme cuadro en el balcón del séptimo piso para que, desde los techos de enfrente, Melina creyera que la luna estaba siempre en el cielo. Eso sí, tendrían que colgarlo al inicio de la noche y descolgarlo al amanecer.

Pedro, el amigo de Juan, es un pintor muy viejo. Juan, el amigo de Pedro, es un niño muy niño. La luna del cuadro no es tan redonda ni tan grande. Y Melina, la gata, no es tan sonsa como para creer que una luna pintada es la luna verdadera.

Apenas vio el cuadro colgado en el balcón de enfrente, Melina supo que esa no era la verdadera luna del verdadero cielo. También supo que ese mar, aunque era muy lindo, no tenía peces. Entonces, la gata inclinó la cabeza para pensar qué debía hacer.

¿Qué debo hacer?, pensó Melina para un lado.

¿Qué debo hacer?, pensó Melina para el otro.

"La luna está lejos y Juan está cerca. Juan es capaz de reconocerme entre mil gatas manchadas de negro. Para la luna, en cambio, yo debo ser una gata parecida a todas en un techo parecido a todos. Y aunque la luna del pintor Pedro no es tan grande ni tan redonda, es la luna que me dio el amor".

Melina es amiga de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es amigo de los colores. Juan creyó que un cuadro podía reemplazar al verdadero cielo. Porque para eso están los niños, para soñar sin miedo.

Melina dejó de andar triste en las noches sin luna, porque para eso tenía la luna del amor.

Y Pedro sigue pintando cielos muy grandes, porque para eso están los colores: para acercar lo que está lejos.


FIN


Cuento: Mamá, ¿por qué nadie es como nosotros? Autor: Plablo de Santis




La mamá de Joshua es peruana, el papá es estadounidense, y él nació en México.

Flavia, que los conoció en un viaje, le pregunta a su mamá: “¿Por qué ellos no hablan como nosotros?”





El papá y la mamá de Flavia son brasileros y viven en Brasil, pero sus abuelos maternos son una señora danesa casada con un señor brasilero. Ellos viven en Venezuela. Sus abuelos paternos son un señor italiano casado con una señora inglesa. Éstos viven en Brasil.

Cierta vez ganaron un premio en un concurso de televisión. Raúl los vio desde su propio país y, al saber cómo estaba compuesta esa familia, le comentó a su mamá: “¡Qué raros son!”





Los padres de Raúl, son colombianos. El papá es pastor protestante, y Raúl a veces juega en el templo.

En la escuela tenía un amigo llamado Esteban, quien siempre le preguntaba: “Raúl, ¿qué se siente tener un papá medio cura?”





Esteban se fue a vivir con su familia a Canadá, por una beca que consiguió el padre. Sus abuelos son polacos, originarios de un pueblo que ya no existe, pues desapareció durante la guerra.

Se escribe con un amigo que se llama Miguel, y en una carta éste le dijo que le sonaba extraño que toda la familia se hubiera mudado sólo porque el papá quería estudiar.





El papá de Miguel es judío, pero la mamá es católica. Cuando fueron novios decidieron que festejarían todas las celebraciones de las dos religiones.

Su amiga, Teresa, les dice que tendrían que elegir, porque nadie puede tener dos fines de año en un mismo año.





La mamá de Teresa estaba separada y ya tenía un hijo cuando conoció al papá de Teresa, quien también estaba separado, pero no tenía hijos. Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y a los dos años nació ella.

Martín, que es uno de sus compañeros de escuela, le preguntó a su mamá: “¿Por qué esa familia se armó de a pedacitos?




Los papás de Martín y Josefa (su hermana) vivían a media cuadra de distancia cuando eran niños. Fueron amigos durante la infancia y se pusieron de novios a los 17 años. Han estado toda la vida juntos.

Juan, que practica judo con Martín, le argumenta que vivir siempre en el mismo barrio debe de ser la mar de aburrido.





El papá de Juan es ingeniero en computación, pero heredó de su familia un camión con el que hace mudanzas (si no son muy grandes), y ellos mismos han cambiado de barrio siete veces desde que él nació.

Juan chatea con un amigo que se hizo a través de Internet. Vive en México y se llama Joshua. Él no entiende cómo Juan y su familia pueden vivir mudándose toda la vida.





La mamá de Mirta trabaja en un supermercado, la de Tomás es gerenta en un banco. El papá de Raulito es negro, y su mamá es blanca. Los papás de Iñaki son blancos, los papás de Sushiro son japoneses (pero nacieron en Perú).





El papá de Alberto es alto y gordo, el de Cristina es flaco y alto, la mamá de Elsa es baja y se queja de tener una cola demasiado ancha. La mamá de Sofía no es ni alta ni baja, pero tiene el pelo rizado y le gustaría tenerlo lacio y largo.





Al papá de Eduardo le encantan los deportes, igual que a la mamá de Inés, pero al papá de Ignacio le gusta relajarse viendo la tele, mientras toma una cerveza.

La mamá de Eugenio odia el fútbol, pero a la mamá de Coqui le encanta ir a la cancha.

La mamá de Yahir es musulmana, el papá de Teo es católico (pero la mamá dice que no cree en nada).





Los papás de Susana tienen una señora que los ayuda en la casa, los papás de Mirta deben hacerlo todo ellos mismos. Los papás de Alberto son mexicanos, pero están separados (aunque viven en la misma ciudad).

Los papás de Carolina no están separados, pero el papá trabaja en una empresa que está en otro país, vuela los lunes en la madrugada y regresa los viernes por la tardecita (sólo está en su casa los fines de semana y durante las vacaciones).





Y cada uno ha preguntado alguna vez a su mamá: “¿Por qué nadie es como nosotros?


FIN



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