martes, 28 de junio de 2022

Efemérides 9 de julio de 1816



El 9 de julio de 1816, tras seis años de idas y venidas, se declaró la independencia “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Diez días más tarde, el 19 de julio, el diputado por Buenos Aires Pedro Medrano hizo aprobar un agregado a la fórmula de juramento que decía: “y de toda otra dominación extranjera”. Es que el rumor de que se tramaba la entrega del país a la corona portuguesa o a los ingleses se había extendido hasta Tucumán.

De hecho, el emisario norteamericano escribía a su gobierno: “El gobierno de estas provincias es demasiado sumiso a Gran Bretaña para merecer el reconocimiento de los Estados Unidos como potencia independiente”.

El artículo seleccionado en esta oportunidad apareció el domingo 9 de julio de 1972 en La Opinión cultural. En él, Juan Carlos Grosso se refiere a los intereses británicos y a la sutil diplomacia inglesa con relación al movimiento independentista rioplatense.

Los intereses británicos y la independencia del Río de la Plata

Fuente: Juan Carlos Grosso, La Opinión cultural, domingo 9 de julio de 1972.

ocos días después que el Congreso de Tucumán de 1816 declaró solemnemente la ruptura de “los violentos vínculos” que unían las “Provincias del Sud América” a la Corona española, los comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires decidieron reconocer de hecho la independencia del Río de la Plata nombrando un representante ante el nuevo Estado americano. Seis años atrás los barcos de guerra británicos que se hallaban estacionados en el Río de la Plata habían saludado entusiastamente, con una salva de cañonazos, la destitución del virrey y el establecimiento del gobierno revolucionario. Ambos hechos pusieron de manifiesto el no oculto interés de los sectores mercantiles y políticos de Gran Bretaña por el proceso emancipador de América.

Desde los últimos decenios del siglo XVIII el gobierno británico había demostrado gran preocupación por los asuntos políticos de la América Hispana, deseoso de romper las barreras legales que el orden colonial había impuesto al comercio británico. Los círculos mercantiles y financieros de Londres y Liverpool presionaron constantemente sobre el Office para que llevara adelante una política tendiente a abrir los mercados americanos a la producción manufacturera de Inglaterra y Gales.

Las posibilidades abiertas por el contrabando y, posteriormente, por las reformas liberales de los Borbones pronto se mostraron insuficientes ante la constante expansión industrial de Gran Bretaña. Por otra parte, la emancipación de sus colonias americanas y las conquistas europeas de Napoleón habían reducido considerablemente la capacidad consumidora de sus mercados tradicionales.

Las invasiones inglesas habían demostrado los graves inconvenientes de una acción militar sobre los dominios españoles de América. Pero al mismo tiempo, la aventura de Popham permitió comprobar el alto valor económico del Río de la Plata: los comerciantes que siguieron el camino abierto por las tropas inglesas vendieron en 1806 y 1807, mientras duró la ocupación de Buenos Aires y Montevideo, artículos por valor de un millón de libras.

La experiencia del fracaso militar de la expedición al Río de la Plata fue rápidamente asimilada por el gobierno británico. “Estoy convencido –afirmó el duque de Wellington en 1806- de que cualquier intento por conquistar las provincias de Sud América con vistas a su futuro sometimiento a la corona británica seguramente fracasaría y por lo tanto considero que el único modo de que ellas puedan ser arrancadas a la corona de España es por una revolución y por el establecimiento de un gobierno independiente dentro de ellas”. Un año atrás el ministro Castlereagh había desarrollado una posición similar en su Memorándum para el gabinete relativo a Sud América. Luego de señalar las inconveniencias de una ocupación militar, Castlereagh aconsejó “la creación y el apoyo de un gobierno local amigo, con el que puedan subsistir esas relaciones comerciales que es nuestro único interés”.

Ambos políticos ingleses delinearon el principio fundamental que habría de regir la política americana del Foreign Office: fomentar el cambio revolucionario en América, aprovechando el interés de algunos sectores nativos por emanciparse de la tutela española. Inglaterra sólo intervendría como auxiliar y protectora a cambio de beneficios para su comercio ultramarino. Quedaban así desarrollados los principales postulados teóricos del “neocolonialismo”: la dominación sobre América no tendría que basarse necesariamente en la conquista territorial. La expansión comercial y financiera del capitalismo británico lograría cumplir el mismo fin.

Para consolidar su dominio económico, los intereses británicos encontraron un poderoso aliado interno en los sectores de las clases dominantes cuya producción se orientaba hacia el mercado exterior. En el Río de la Plata la unión del capitalismo inglés con la oligarquía terrateniente y los sectores de la alta burguesía vinculados al comercio de importación y exportación, ha sido una constante que se mantuvo casi invariable en la historia de la “dependencia económica” de nuestro país desde los primeros días en que éste asumió el ejercicio formal de su soberanía política.

Si se acepta que la política del Office tendió a estimular los movimientos americanos que se propusieran modificar el orden político y económico impuesto por España en sus colonias, cabe preguntarse por qué Gran Bretaña demoró el reconocimiento de la independencia del Río de la Plata hasta fines de 1824. Para responder a este interrogante es necesario tener en cuenta la situación política de Europa en las dos primeras décadas del siglo XIX.

La guerra contra la Francia napoleónica y los conflictos políticos que se suscitaron en Europa luego de la Restauración, obligaron a Gran Bretaña a desarrollar una política ambigua con respecto a los asuntos americanos. Aliada a España en la lucha contra Napoleón luego que el pueblo español se sublevara contra José Bonaparte, Gran Bretaña no podía respaldar abiertamente la rebelión de los súbditos  de Fernando VII. Más aún: en los primeros años del proceso revolucionario propició más de una vez la reconciliación de la metrópoli con sus colonias sublevadas.

En 1811 el Office formuló los principios sobre los que debía basarse esa política conciliatoria, para la cual Inglaterra se ofrecía como mediadora: las colonias debían compartir el gobierno del Reino de España a través de las Cortes; se otorgaría una amnistía general a favor de los insurgentes americanos; se les aseguraría una debida gravitación en la administración colonial y, desde luego, el libre comercio, con una razonable situación preferencial, para los productos españoles, que no competían ciertamente con las manufacturas británicas. Aclaremos que esta política no contradecía necesariamente los principios formulados por Castlereagh en 1807; más bien constituía una adecuación de los mismos a la realidad del momento: garantizado el libre comercio, los gobiernos “autónomos” –y no independientes- de América caerían indefectiblemente dentro de la órbita económica de Gran Bretaña.

El plan fue rechazado reiteradamente por las Cortes españolas y por Fernando VII después de su restauración. Sin embargo, a lo largo de la década de 1810, Gran Bretaña hizo girar su política americana sobre este proyecto de mediación. La necesidad de conservar la paz y el concierto europeo, le impidieron momentáneamente alejarse del principio del “legitimismo”, por el cual no podía reconocer los gobiernos surgidos de movimientos revolucionarios. Empero, el gobierno inglés continuó estimulando y protegiendo la expansión mercantil de sus súbditos hacia América y advirtió reiteradamente a España que no permitiría ninguna interrupción de su comercio con América del Sur.

La intransigencia de España y el absolutismo de Fernando VII, quien había restaurado el viejo monopolio comercial en sus dominios americanos, obligaron al Office a abandonar paulatinamente la aparente neutralidad de su política americana: ahora más que nunca el capitalismo británico deseaba conservar su control sobre los mercados americanos. A partir de 1814 Castlereagh concentró sus esfuerzos diplomáticos en la Santa Alianza para impedir que las potencias europeas extendieran su brazo armado contra los insurrectos de América. Su política obtuvo un importante triunfo en los tratados celebrados por la Santa Alianza en 1814 y 1815: al mismo tiempo que logró excluir a la Alianza de los asuntos trasatlánticos obtuvo un tácito reconocimiento del derecho que se atribuía Gran Bretaña para actuar libremente y de acuerdo a sus intereses en América latina. Paralelamente puso en conocimiento del gobierno español que su país no sólo no le prestaría ayuda militar para reconquistar sus dominios sino que también impediría que otras potencias lo hicieran. Cuando Belgrano, al regreso de su misión diplomática, informó al Congreso “sobre el estado actual de Europa”, pudo afirmar que el poder de España “era demasiado débil e impotente”, existiendo “poca probabilidad de que el gabinete inglés la auxiliase para subyugarnos”. De este modo, Belgrano –e indirectamente la diplomacia británica- contribuyeron a disipar la incertidumbre de algunos diputados que consideraban prematura la declaración de la Independencia.

En 1818, en el Congreso de Aquisgrán, Castlereagh logró derrotar el intento de Fernando VII de introducir a España en la Alianza. Con respecto a los asuntos americanos, cuyo tratamiento no pudo evitar, obtuvo un nuevo éxito al lograr que el Congreso aceptara los términos del antiguo proyecto de mediación británica, dejando a España en una situación totalmente adversa. Sin embargo, se redujo su libertad de acción al quedar tácticamente comprometida a no emprender nuevas negociaciones sin previa consulta y asentimiento de las restantes potencias. Fue Francia quien liberó a Gran Bretaña de este compromiso al entrar en secretas negociaciones con los representantes del Río de la Plata, mediante la conocida misión diplomática de Valentín Gómez. Castlereagh supo aprovechar este procedente francés para independizarse de la política de la Alianza y orientarse hacia el reconocimiento de la independencia americana. A Canning le correspondió concretar este hecho.

En los primeros años de la década de 1820 se había acentuado la presión de los círculos comerciales y financieros de Londres y Liverpool para que Gran Bretaña reconociera la independencia del Río de la Plata. En Buenos Aires los comerciantes ingleses dominaban el sistema de comercialización interno y externo… (…) La política orientada por Rivadavia ofrecía amplias perspectivas a los inversores británicos. En 1822 se habían inaugurado la Bolsa de Comercio1 y el Banco de la Provincia, cuyos principales accionistas se reclutaron entre los comerciantes ingleses, tres de los cuales formaban parte del directorio de la institución. En 1824 las exportaciones británicas al Río de la Plata alcanzaron un monto superior al millón de libras; en ese mismo año se firmó en Londres el famoso empréstito Baring Brothers. La euforia de los comerciantes ingleses en Buenos Aires se había extendido a Londres, donde numerosos inversionistas se mostraron interesados en los títulos del gobierno porteño y en las compañías creadas para explotar los yacimientos mineros del Río de la Plata.

El reconocimiento de la independencia americana por parte del gobierno norteamericano en 1822 y la nueva política de Francia, en busca de un acercamiento con las antiguas colonias españolas, contribuyeron a acelerar el reconocimiento británico: “Cada día estoy más convencido –afirmaba Canning en 1822- de que, en el presente estado del mundo, de la península española y de nuestro país, las cosas y asuntos de la América Meridional valen infinitamente más para nosotros que los de Europa, y que si ahora no aprovechamos, corremos el riesgo de perder una ocasión que pudiera no repetirse”.

En 1823 Canning obtuvo de Francia la declaración de que no emplearía su fuerza militar en contra de las colonias españolas. Ese mismo año envió representantes a Colombia, México y Buenos Aires para ultimar las negociaciones que culminarían en el reconocimiento de la independencia. El método empleado fue el de la celebración de tratados comerciales con los estados americanos que les asegurara a los súbditos británicos la libertad de comercio.

El 31 de diciembre de 1824 el Office comunicó a sus representantes en Europa que Gran Bretaña había reconocido la independencia de Buenos Aires, México y Colombia. Dos meses después*2 se firmaba el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” entre el gobierno de Buenos Aires y el plenipotenciario británico, Woodbine Parish.

En una carta fechada en 1824 y dirigida al embajador francés en París, Canning se encargó de aclarar el significado de la independencia de los estados americanos que Gran Bretaña había reconocido: “La cosa está hecha, el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa”.

Referencias:
1 La Bolsa Mercantil se creó a instancias de Bernardino Rivadavia en 1821.
2 El tratado se firmó un mes después, el 2 de febrero de 1825.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar


Ver "9 de Julio. Día de la Independencia - Canal Encuentro" 


Ver "200 historias destacadas: Acta de la Independencia - Canal Encuentro" 



Ver "Zamba en la Declaración de la Independencia | 9 de Julio"






jueves, 16 de junio de 2022

17 de junio de 1821 paso a la inmortalidad del General Martín Miguel de Güemes

Martín Miguel de Güemes, el líder de la guerra gaucha que frenó el avance español con sus tácticas guerrilleras, nació en Salta el 8 de febrero de 1785. Estudió en el Real Colegio de San Carlos, de Buenos Aires. A los catorce años ingresó a la carrera militar y participó en la defensa de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas como edecán de Santiago de Liniers. Más tarde, se incorporó al ejército patriota destinado al Alto Perú y formó parte de las tropas victoriosas en Suipacha. Luego regresó a Buenos Aires y colaboró en el sitio de Montevideo.

En 1815 fue electo gobernador de su provincia y se puso al frente de la resistencia a los realistas, organizando al pueblo de Salta y militarizando la provincia. San Martín le confió la custodia de la frontera Norte, una defensa que no abandonará hasta su prematura muerte, ocurrida el 17 de junio de 1821, en medio de una nueva invasión realista.

A continuación reproducimos un fragmento de la biografía de Güemes, de Miguel Ángel de Marco, sobre la defensa que llevó a cabo el líder salteño ante la invasión comandada por el Mariscal de la Serna, integrada por veteranos vencedores de Napoleón, que fueron derrotados por Güemes y sus gauchos.


El 7 de junio de 1821 las fuerzas realistas que todavía combatían en el territorio entraron en la ciudad de Salta e hirieron de muerte a Martín Miguel de Güemes, quien con sus gauchos había defendido la frontera norte de múltiples invasiones españolas. San Martín destacó sus esfuerzos: «Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado”. Güemes moriría diez días más tarde, el 17 de junio de 1821  en la Cañada de la Horqueta. Para recordarlo, hemos seleccionado un fragmento del libro Historia de la Confederación Argentina, Rozas y sus campañas, de Adolfo Saldías, donde relata los últimos momentos del gaucho Güemes.


Ver "Vida de Martín Miguel de Güemes" 






Ver "El inicio de la carrera militar de Martín Miguel de Güemes"




miércoles, 15 de junio de 2022

"20 de Junio: Día de la Bandera argentina"

El Día de la Bandera se conmemora cada año en Argentina el 20 de junio.

Esa fecha es feriado nacional y día festivo dedicado a la bandera argentina y a la conmemoración de su creador, Manuel Belgrano, fallecido en ese día de 1820.

La fecha fue decretada por ley 12.361 del 8 de junio de 1938, con aprobación del Congreso, por el entonces presidente de la Nación Argentina, Roberto M. Ortiz.

La bandera fue creada el 27 de febrero de 1812, durante la gesta por la Independencia de las provincias Unidas del Río de la Plata.



 Biografía 

Manuel Belgrano

(Buenos Aires, 1770-1820) Abogado, político y militar argentino, una de las figuras fundamentales del proceso que condujo a la independencia del país. Recordado como el creador de la bandera nacional y el general que consolidó la independencia con sus victorias en las batallas de Tucumán y Salta (1812-1813), Manuel Belgrano fue ante todo un intelectual de intachable integridad y firmes convicciones patrióticas, un trabajador desinteresado e infatigable al servicio del progreso del país y la educación de sus habitantes. Las circunstancias de la lucha emancipadora y su propia coherencia de pensamiento y acción lo abocaron, sin embargo, a asumir misiones militares para las que no estaba preparado, y en las que cosechó éxitos y fracasos.


Criollo de origen italiano, Manuel Belgrano era hijo de un comerciante genovés radicado en Buenos Aires, don Domingo Belgrano Peri, y de doña María Josefa González Casero. El joven Manuel estudió latín, filosofía y teología en el Real Colegio de San Carlos; marchó luego a España y cursó estudios en Salamanca, Valladolid (se graduó de bachiller en 1789) y Madrid, en cuya universidad obtuvo en 1792 el diploma de abogado, dedicando especial atención a la economía política. Desde allí siguió los acontecimientos de la Revolución Francesa de 1789, que le influyeron hasta el punto de llevarle a adoptar la ideología liberal. Regresó al Río de la Plata al ser nombrado secretario del Consulado de Buenos Aires (1794-1810).

Desde este cargo abogó por la libertad de comercio, el desarrollo de la agricultura y la creación de escuelas comerciales y de náutica. En 1806 participó como capitán de las milicias urbanas en la defensa frente la invasión inglesa; fue designado sargento mayor del regimiento de Patricios y sirvió como ayudante de Santiago Liniers. Sin descuidar su tarea en el Consulado, colaboró en el Semanario de agricultura, industria y comercio, fundó una Sociedad Patriótica, Literaria y Económica y el periódico Correo de Comercio, siempre con el ánimo de difundir y llevar a la práctica su ideario liberal y de contribuir al desarrollo educativo, cultural y económico del país.

Pronto tomó conciencia, sin embargo, de que sus proyectos modernizadores eran irrealizables en el anquilosado marco de la administración colonial, y de que sólo la independencia podía traer el progreso. Ganado para la causa emancipadora, empezó a conspirar contra la dominación española desde que en 1809 llegaron noticias de la ocupación de la metrópoli por el ejército francés. Belgrano fue uno de los dirigentes de la Revolución de mayo (18-25 de mayo de 1810), punto de partida del proceso independentista, y formó parte como vocal de la Junta que se creó en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, embrión del futuro gobierno argentino.

La Junta de Buenos Aires intentó preservar la unidad del hasta entonces Virreinato del Río de Plata, que englobaba aproximadamente los territorios actuales de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia, más una parte de Chile y el sur de Brasil. Aunque no era militar profesional, Manuel Belgrano fue nombrado general al mando del ejército del Paraguay, formado con el objetivo de obtener la adhesión de este territorio al proceso independentista, pero resultó vencido por los paraguayos, fracasando el intento de mantener a Paraguay unido a Argentina (1811); pese a la derrota en las armas, dejó sembrado entre los jefes paraguayos el anhelo de libertad.

En 1812 Manuel Belgrano asumió la jefatura del Ejército del Norte y creó y enarboló por primera vez, en las barrancas rosarinas del Paraná, la bandera azul y blanca que había de convertirse en enseña oficial de la nación. Al mando de sus tropas venció a las fuerzas españolas del general Juan Pío de Tristán y Moscoso en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), que salvaguardaron la independencia argentina al contener la contraofensiva realista lanzada desde el norte; pero en 1813 volvió a ser derrotado cuando intentaba proseguir su avance invadiendo el Alto Perú (la actual Bolivia), que quedó bajo el dominio de los españoles.

Destituido del mando militar, Manuel Belgrano siguió prestando servicios a la causa argentina en el plano diplomático; en 1815 fue enviado junto con Bernardino Rivadavia a Europa para negociar, sin resultados, el reconocimiento de la independencia. Regresó al cierre del Congreso de Tucumán (1816), en cuyo seno expuso sus convicciones monárquicas. Conforme a los planteamientos de Belgrano, el Congreso declaró formalmente la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, núcleo de la actual Argentina, y aprobó como bandera nacional la que Belgrano había diseñado e izado en 1812; sin embargo, su recomendación de constituir una monarquía fue desoída: el Congreso consolidó el Directorio como principal órgano ejecutivo y nombró director supremo a Juan Martín de Pueyrredón (1816-1819).

Entretanto, las disensiones entre centralistas y federalistas dieron inicio a una serie de convulsiones y pugnas civiles que marcarían las primeras décadas de la Argentina independiente. Otra vez al frente del ejército auxiliar de Perú, Manuel Belgrano hubo de contener las sublevaciones de los jefes militares que se pronunciaron a favor del federalista José Gervasio Artigas. Cooperó con las fuerzas de Martín Miguel de Güemes para frenar una contraofensiva española, pero hallándose en Cruz Alta contrajo una grave dolencia, a causa de la cual se retiró a Tucumán. En noviembre de 1819, enfermo de muerte, regresó a Buenos Aires; sumido en la pobreza, falleció de hidropesía el 20 de junio de 1820, después de haber pronunciado las palabras "¡Ay, patria mía!": ese día la ciudad de Buenos Aires, presa de la anarquía, contaba con tres gobernadores al mismo tiempo. Sus restos se conservan en un mausoleo, obra del escultor Ximenes, en la basílica del Rosario de la Capital Federal.



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martes, 14 de junio de 2022

15 de junio: Día del Libro en la Argentina

 El Día del Libro se celebra en la Argentina el 15 de junio de cada año desde 1908. La fecha se conmemora desde que el 15 de junio de 1908 se entregaron los premios y distinciones de un concurso literario organizado por el entonces Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina.​





Por qué celebramos el 15 de junio como "Día del Libro"

Los argentinos tenemos nuestra propia fecha para celebrar al libro y promocionar la lectura


En papel, electrónico, con ilustraciones, a colores, gigantes, pequeños, ideales para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Hay tantos tipos de libros como lectores y todos abren universos distintos para quien lee. Por eso, el 15 de junio se celebra en la Argentina el “Día del libro”, que el resto del mundo lo festeja el 23 de abril.

La conmemoración comenzó el 15 de junio de 1908. El Consejo Nacional de Mujeres entregó ese día los premios de su concurso literario e instaló la fecha como festejo anual.  En 1924, aquel Consejo logró que el presidente Marcelo T. de Alvear firmara un decreto que declaró el día como “Fiesta del Libro”. Luego, en 1941, a instancias de una resolución del Ministerio de Educación,  se cambió la denominación por “Día del Libro”, la cual se mantiene hasta hoy.

A nivel mundial, el libro se celebra todos los 23 de abril, en conmemoración a la muerte de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, los tres en el año 1616. La fecha coincide, además, con el nacimiento de otros autores sobresalientes como Maurice Druon, Haldor K. Laxness, Vladimir Nabokov y el fallececimento de Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo.

En honor a estos próceres de la literatura mundial la Conferencia General de la UNESCO -celebrada en París en 1995- decidió rendir un homenaje universal a los libros y los autores, instaurando el 23 de abril como el "Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor".

En la Argentina como en el mundo, la efeméride es una excusa para promocionar la lectura y valorar ese objeto maravilloso que desborda cultura.







lunes, 13 de junio de 2022

13 de junio: Día del Escritor

 


El 13 de junio de 2019 se cumplen 145 años del nacimiento de Leopoldo Lugones. La Sociedad Argentina de Escritores eligió este día para celebrar el Día del Escritor. Más allá de la polémica en torno a su figura, suscitada por sus posiciones políticas, la elección de Lugones como síntesis del oficio no puede ser más atinada.

Una vastísima producción intelectual y la jerarquía personal lo convirtieron en uno de los máximos referentes del pensamiento y la literatura argentinos en las primeras décadas del siglo veinte. Su papel en la difusión de las vanguardias poéticas europeas y del modernismo, movimientos de los que el mismo Lugones fue uno de los principales exponentes, ha sido ampliamente abordado por la crítica argentina. Su estilo, admirado e imitado con suerte dispar, se convirtió en preceptiva para los jóvenes vanguardistas de aquellos años, como alguna vez confesara Jorge Luis Borges refiriéndose a su propia obra.

Otros aspectos señalados recurrentemente por los especialistas son los aportes de Lugones al género de la literatura fantástica y de anticipación científica a través de la publicación de los volúmenes de cuentos Las fuerzas extrañas y Cuentos fatales. O sus originales relecturas de la literatura argentina, entre las que cabe señalar su interpretación y colocación en el centro del canon del Martín Fierro, operación intelectual plasmada en las conferencias que con el título de “El payador” brindó en el Teatro Odeón en 1913 ante la presencia del presidente de la República y que se publicarían tres años más tarde.

Un aspecto menos difundido, aunque no desconocido, de la actuación pública de Leopoldo Lugones, es su gestión al frente de la Biblioteca Nacional de Maestros entre los años 1915 y el año de su muerte, 1938. Son varias las iniciativas destacables que tuvo Lugones durante su larga estancia en la dirección de la biblioteca. Entre muchos, podemos destacar la inauguración de la Sección Infantil, que elevó el número de niños concurrentes, la incorporación de miles de ejemplares de la colección de libros del jurista Alfredo Colmo y la inauguración de una sala con su nombre, y por último, una consecuente política de adquisiciones bibliográficas en donde se hace ostensible su ojo de bibliófilo exquisito.

La compra de obras raras y valiosas realizadas durante estos años, que Lugones gestionaba en forma personal desde la elección de los títulos hasta la discusión del precio, conforman el núcleo del actual tesoro de la biblioteca. Lo recordamos, en el día en que se cumple un nuevo aniversario de su nacimiento, a quien a lo largo de veintitrés años modeló con su trabajo y su inteligencia una institución que en adelante llevaría su impronta decisiva.


viernes, 10 de junio de 2022

Datos de Manuel Belgrano

 Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano (3 de junio de 1770 - 20 de junio de 1820) fue un abogado , general, político, economista y periodista argentino Nació en Buenos Aires , Argentina . Sus padres fueron Domenico Belgrano Peri, era italiano; y María Josefa González Casero, nació en Buenos Aires pero su familia era de Santiago del Estero. Tenía 8 hermanos y 7 hermanas. Sus hijos se llamaron Pedro Rosas y Belgrano y Manuela Mónica Belgrano. Estudió Derecho en Salamanca y Valladolid. También estudió latín, filosofía y teología. Él era un miembro de la

Primera Junta y participó en la Revolución de Mayo. Creó la Bandera Argentina el 27 de febrero de 1812. Fue un gran defensor del colonialismo y la libertad de expresión. Luchó en las guerras de la Independencia contra el Ejército español. Conoció a José de San Martín , quien asumió como Comandante en Jefe del Ejército del Norte en enero de 1814.








Ver "Así es la bandera: Argentina - Canal Encuentro- 


















Ver "TRAS LAS HUELLAS DE BELGRANO - Capítulo 1: “Un hijo de la Patria”. Nacimiento, origen e influencia



jueves, 9 de junio de 2022

l 15 de junio de cada año se celebra en la Argentina el “Día del libro”

 Puede ser pequeño y frágil, pero no hay objeto tan potente para la cultura como el libro. Por eso, el 15 de junio de cada año se celebra en la Argentina el “Día del libro”, que el resto del mundo lo festeja el 23 de abril.


La conmemoración comenzó en 1908. El Consejo Nacional de Mujeres entregó ese día los premios de su concurso literario e instaló un festejo anual. En 1924, aquel Consejo logró que el presidente Marcelo T. de Alvear declarara la fecha como “Fiesta del Libro”.

Alegaba por entonces el decreto presidencial: “Es del mayor valor educativo consagrar un día especial del año a la recordación del libro como registro imperecedero del pensamiento y de la vida de los individuos y las sociedades y como vínculo indestructible de las generaciones humanas de todas las razas, lenguas, creencias, etc.”

 Luego, en 1941, a instancias de una resolución del Ministerio de Educación,  se cambió la denominación por “Día del Libro”, la cual se mantiene hasta hoy.

En junio además se celebra del Día del Escritor y la Escritora, en homenaje al primer presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, Leopoldo Lugones, que nació el 13 de este mes de 1874.  

Pero además las bibliotecas se explayaron sobre el valor del libro y la importancia de la lectura en este contexto donde el encuentro personal con los otros está restringido.


Así, se recibieron sugerencias y testimonios de muchas bibliotecas, entre ellas: la Biblioteca Popular Martín Fierro de Tandil (Buenos Aires), la Biblioteca Popular 2 de Abril (Posadas, Misiones), la Biblioteca Popular Constancio Cecilio Vigil (Las Breñas), Chaco.





Ver "15 de junio: Día del Libro" 


Un vídeo elaborado en conjunto con el Ministerio de Cultura de la Nación recopila los testimonios sobre lo que despierta el libro en los puntos más recónditos del país, mientras que todas las recomendaciones de lecturas serán compartidas durante el mes de junio en las redes sociales de la CONABIP.






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